"Ah, si hubiera podido pintársela a Simón Rodríguez en su infancia: un niño con una enorme lágrima, que más engrosaba mientras más crecía el conocimiento. Expósito había nacido -al igual que su hermano menor Cayetano-, y eso significaba entrar a depender de la conmiseración humana, o de la muerte. Quería decir también encallamiento al iniciar la ruta: luego será indispensable reparar la tremenda avería a fuerza de “buena conducta”, para poder levar anclas y abrir derrotero propio. Apenas nacido, abandonáronle los padres, dejándole en la calle echado a la suerte. La ley española consideraba baldón ese origen, y “aunque fuesen blancos, los expósitos no podían graduarse sin dispensa del rey”1. Hubo, así, presencia de la adversidad a partir de los llantos iniciales!"
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